Cuando
Saraswasti Callicot despertó en el planeta Capella Two se sentía algo
desorientada. No era para
menos: su último recuerdo consciente databa de nueve años antes, o lo que es lo
mismo, a nueve años luz de distancia, en el instante en que fue descompuesta en
bits de información y enviada en un haz de fotones a otro sistema solar, donde
fue vuelta a recomponer molécula a molécula. Estamos pues ante una versión
actualizada y más plausible de una idea que ya tiene bastantes años en la
ciencia ficción: el teletransporte. Solo debemos rememorar el jauntear del imprescindible clásico Las estrellas mi destino (1956) de Alfred
Bester, o el Beam me up, Scotty! de
la popular Star Trek. Pero esto
es solo un aperitivo de las maravillas que nos reserva Carolyn Ives Gilman en
su novela Dark Orbit.
Al poco de materializarse en el planeta, una
mega-corporación le ofrecerá a nuestra amiga Sara una proposición que no podrá
rechazar: formar parte de una expedición a un planeta habitable recién
descubierto, situado a unos 80 años luz (por supuesto mediante otro transporte lumínico,
esta vez con destino a una nave exploradora automatizada enviada siglos antes).
En la misión coincidirá de forma nada casual con Thora Lassiter, la otra
protagonista de la novela, quien deja atrás un pasado digamos que problemático (problemático a nivel planetario). Una vez alcanzado su destino la expedicion descubrirá que el planeta posee una peculiar vida alienígena -algo único en el espacio conocido-, y que esconde un montón de
sorpresas que no voy a desvelar aquí (para los impacientes, algunas se indican en la contraportada del libro).