Machistas, arrogantes,
racistas, maniqueos, militaristas; sobran epítetos para definir los cómics
originales de Flash Gordon, escritos
y dibujados en los años treinta y principios de los cuarenta del siglo pasado…
pero también puedo afirmar que he disfrutado con la lectura de la obra de Alex Raymond.
Utilizando una expresión de
moda: ¿Placer culpable? Entiendo que no tiene por qué.
No voy a extenderme aquí, existen buenas reseñas como las que podéis consultar
al final de esta entrada, simplemente comentar en una pincelada la lectura de
este clásico, que por cierto es uno de los inspiradores directos de la renacida
saga Star Wars, como bien dijo en su
momento el venerado (y ahora un poco vapuleado) San Lucas.
El cómic es una space opera en el sentido primigenio del
término. Digamos que relatos como estos la inventaron, algunos en formato
novela como las aventuras de John Carter
en Marte, de Edgar Rice Burroughs (sin duda una importante fuente de
inspiración de la obra aquí tratada) y otros en formato cómic y en serial
cinematográfico, como Flash Gordon.
Recordemos que la historia
de Flash Gordon nace como una tira
diaria de periódico. Se trataba de un encargo a un joven Alex Raymond, para competir
con otra historieta de la competencia que seguro que también os suena: se
llamaba Buck Rogers. En principio se
trataba de breves historias auto conclusivas, que leídas de un tirón bien pronto
se revela una pauta simple y repetitiva: Descubrimiento de reino
desconocido/Flash salva chica de monstruo/Flash lucha contra ejército de Ming/ y
por último Flash siempre, siempre vence. Y vuelta a empezar. No es de extrañar
el Flash, I love you! del conocido tema del grupo Queen.