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lunes, 12 de agosto de 2013

LA EDAD DE ORO, DE JOHN C. WRIGHT (y II)



Sinopsis


Faetón es una persona muy privilegiada. Le ha tocado vivir en el mejor de los tiempos, en la cúspide de la civilización. Nunca antes la humanidad había alcanzado tan altas cotas de bienestar, poder y libertad personal mientras que la paz y la prosperidad imperan en el sistema solar. Además, Faetón es hijo de Helión, uno de los siete hombres más poderosos de la Ecumene Dorada, uno de los más ricos de la civilización más próspera.


Faetón no es feliz, pero no sabe por qué. A raíz de un desencuentro con un maleducado desconocido Faetón empieza a ser consciente de que no es oro todo lo que reluce. Indagando, descubre que le faltan los recuerdos de los últimos doscientos años de su vida, al parecer debido a un acuerdo consensuado entre toda la sociedad, incluyéndole a él mismo. Para su perplejidad, comprueba que en realidad es despreciado por todos, y que ha hecho algo tan monstruoso que afecta gravemente incluso a sus seres más queridos: por su culpa ha puesto en peligro la vida de su padre y ha provocado que su amada esposa esté recluida de por vida en un universo de hadas y elfos creado por ella misma.


Puesto que todo el mundo parece conocer ese acto tan infame menos él mismo, Faetón busca respuestas, encontrándose con la resistencia de todos los que le rodean. Pero Faetón es una persona noble y debe ser fiel a sí mismo, y aunque firmó un contrato que le compromete a olvidar esta parte de su vida su deber es conocer las circunstancias en que lo hizo. Nuestro héroe se ve en la tesitura que si sigue el dictado de sus principios y decide conocer la verdad sobre su pasado perderá todo lo que tiene, incluyendo sus seres queridos, y se verá desterrado para siempre de la Ecumene Dorada.



Alucinante worldbuilding


Como vemos el planteamiento de la novela se parece a una tragedia clásica, pero antes vamos a detenernos en el punto más fuerte de la novela que es sin duda el alucinante worldbuilding que nos ofrece John C. Wright, el mundo del futuro que le ha tocado vivir a nuestro héroe.


Era la víspera de la Alta Trascendencia, un acontecimiento tan solemne y significativo que sólo se podía celebrar cada mil años. Gentes de todo nombre e iteración, fenotipo, composición, consciencia y neuroforma, gentes de cada escuela y época habían acudido a celebrarla, a acoger la transfiguración, a prepararse.


En la Era de la Séptima Estructura Mental, 10.000 años al futuro, la Ecumene Dorada abarca prácticamente todo el sistema solar, el cual ha sido modificado mediante increíbles obras de ingeniería. Júpiter es ahora una segunda estrella que nutre las -nunca mejor dicho- astronómicas necesidades energéticas de la humanidad. La especie humana ha adaptado para su habitabilidad todos los confines del sistema solar, y cuando esto no ha sido posible se ha transformado ella misma para poder habitar los ambientes más adversos.


Estamos en un escenario postsingularidad, unas inmensas inteligencias artificiales llamadas sofotecs (de la raiz griega Sophos=sabiduría), conviven con la humanidad y la asisten sin interferir en la libertad de cada individuo. La organización de la Ecumene Dorada se compone del consejo de los siete Pares, el colegio de los Exhortadores (que aboga por el aspecto ético o altruista), la Curia (la magistratura, que solo interviene en los raros casos en que no se consigue un acuerdo privado con la mediación de las sofotecs) y... un único soldado, en permanente estado de hibernación excepto cuando es requerido. El autor nos está mostrando una anarquía tecnológica de corte liberal, una anarquía en la que como es obvio las instancias más poderosas tendrán mucho más que decir que el resto, y en la que se deja a los individuos absoluta capacidad de decisión sobre sí mismos (lo cual puede dar lugar a situaciones muy crueles).


Pero lo que de verdad nos permitirá descubrir la sociedad futura que Wright ha creado es el periplo de nuestro protagonista. A través de la percepción de Faetón, en su búsqueda de respuestas, los lugares que visita y los personajes que trata lo que nos permite conocer con todo lujo de detalles la fabulosa Ecumene Dorada. Creo que habrá pocos párrafos en que el autor no muestre algún aspecto cienciaficcional, alguna tecnología, construcción, institución social novedosa o bien alguna situación fantástica. A eso me refiero cuando describía esta obra en una anterior entrada como muy intensa.


Wright nos recuerda en todo momento lo que significa vivir en la sociedad futura que ha creado, ofreciendo continuos detalles, buena parte de ellos consistentes; es decir, que no son meramente estéticos sino muchos de ellos cobran sentido dentro de la trama. Es aquí donde radica su genio. Un ejemplo: cuando se menciona la Séptima Estructura Mental, implica que ha habido otras seis estructuras a lo largo de la historia de la humanidad. Más adelante nos indica que la nuestra era sería la Segunda y lo que conocemos como prehistoria seria la Primera. Es decir, un recurso para sugerirnos la gran distancia que nos separa de la humanidad que presenta, tanto temporal como evolutivamente. Detalles como éste le dan una gran riqueza especulativa al texto.


En un universo como este las inteligencias artificiales campan a sus anchas. Humanos convertidos en seres virtuales, y viceversa, entidades o simulaciones convertidas en ciudadanos. Seres humanos que presentan todo tipo de modificaciones, para aumentar sus capacidades cognitivas, reprimir sentimientos, o bien para potenciar el aspecto intuitivo. Algunos han renunciado a su individualidad en favor de una mente colmena. En este mundo uno puede expedir copias de sí mismo y en un momento dado estas copias pueden llegar a emanciparse, es decir, ser reconocidas legalmente como ciudadanos de la Ecumene Dorada.


En cuanto a otros aspectos cienciaficcionales sorprende que, a pesar de ser una novela tan atrevida conceptualmente el autor tiende a ser bastante respetuoso, hard para entendernos; por ejemplo con las limitaciones del viaje interplanetario. Otros aspectos científicos incluyen algunos supermateriales, como el crisadamantium. Un amigo comenta que podrían pertenecer a lo que se ha teorizado como la isla de la estabilidad en la tabla periódica de los elementos. La nanotecnología e ingeniería genética por supuesto también están presentes, aunque la mayoría de las veces se dan por sentadas. Un aspecto destacable es que la moneda la medida de la riqueza en esta sociedad es la posesión de tiempo de computación. Lógico, como diría Mr. Spock.



Utopia y distopía en La edad de oro


Estamos ante una civilización que ha conseguido desterrar a los Cuatro Jinetes. Es decir, estamos ante una situación utópica. Una utopía con un reverso, como descubrirá nuestro amigo Faetón si persiste en su noble intento de conocer la verdad. En la Ecumene Dorada hay disensión, hay quien no está de acuerdo con la ideología dominante. Existen pequeños grupos marginados; o bien otros que han renunciado a sus beneficios, por ejemplo a la inmortalidad, revirtiendo los cambios que impiden a sus organismos envejecer. Además el borde exterior del sistema solar, de donde proviene el impresionante ser neptuniano (básicamente una montaña transparente que contiene varios cerebros refrigerados para aumentar su capacidad de procesamiento y muchas patas) que le revela a Faetón sus lagunas de memoria, escapa al control de las sofotecs.


Como ya hemos visto en otras obras, parece ser que utopía y distopía van cogidas de la mano; por lo menos mientras la humanidad sea, pues eso, humana. La diferencia radica, como podrá comprobar Faetón en su propia carne materia, en el significado de estar dentro -los que obtienen ventajas de las reglas establecidas- o estar fuera; o lo que es lo mismo, expresado de una manera que nos resultará más familiar, la diferencia entre estar arriba o estar abajo.



Los personajes


Así, en el centro de una multitud bullanguera y jovial de telepresencias, maniquíes y personas reales con trajes brillantes, y con las cien altas ventanas de la Sala de Presencia pobladas por el fulgor de futuros monótonos, y con mil canales que lo acribillaban con mensajes, requerimientos e invitaciones, Faetón comprendió que estaba totalmente solo.


Cuando uno empieza The Golden Age lo primero que asombra es el dramatis personae que nos proporciona el autor. Acto seguido uno se pregunta: ¿Cómo se puede hacer una novela con... esto? 
Sorry, It's in English!


En realidad la respuesta es sencilla: la mayoría de personajes están al servicio del worldbuilding, son una parte más del fantástico universo que nos describe. A través de ellos, de su descripción y de su comportamiento, se nos va mostrando el ethos, la complejidad y la riqueza del mundo creado. Los personajes muestran las alteraciones, cambios, diversidad y diferenciación a la que ha llegado la especie humana; a la vez que la extravagancia, opulencia y excentricidad propias de una civilización altamente refinada. Están bien descritos, algunos más y otros menos conforme su papel en la función. Por ejemplo el padre de Faetón es tratado con más detalle que el resto. No tiene sentido profundizar en los personajes, por lo menos en el sentido clásico del término, es decir, en su carácter. Sí lo tiene en cambio describir su neuroforma.


Exceptuando a Faetón, claro. 


Faetón Primo Radamanto Humodificado (realce) Incompuesto, Indepconsciencia, Neuroforma Básica, Escuela Señorial Gris Plata, Era 7043 (“Nuevo Despertar”)


Faetón es un héroe clásico, de cuna noble y de nobles sentimientos, inmerso en una tragedia que pondrá a prueba su valor y su voluntad. En realidad es un entidad bioquímica autoconsciente de lo más normal. Si exceptuamos su afición por la telepresencia, su Escuela, los Gris Plata, son gente tirando a conservadora y les gusta ser fieles a lo que ellos consideran como la realidad. Por ejemplo, los Gris Plata incluso se permiten el lujo de sentir dolor real cuando la situación lo requiere. Además, les gusta llevar un modo de vida acorde con el estilo de vida victoriano que han decidido adoptar.


Ordenaron a Radamanto que les sirviera té en el jardín. Faetón se puso un traje de época: cuello rígido, larga levita negra. Dafne llevaba un vestido eduardiano color borgoña, lo cual realzaba su tez, y un sombrero de paja de alas angostas del que colgaba un completo lazo. Faetón perdonó ese pequeño anacronismo, pues ella estaba muy bonita.


Bebieron en tazas de porcelana fina, y mordisquearon tartas servidas en bandejas de plata. Faetón sospechó que el sabor simulado del té y los bizcochos era mejor que el de los originales.


Faetón es un joven semidiós que sólo tiene unos mil años de vida. Tiene capacidad de mediatizar todo lo que le rodea mediante realidad aumentada (o disminuida, según como se mire), trasladarse donde quiera virtualmente o por telepresencia, y entrar en diversos estados de consciencia virtuales y oníricos. Es prácticamente inmortal y huelga decir que puede archivar sus recuerdos fuera de su cerebro, y una o varias copias de seguridad, por lo que pueda pasar. Además posee sentidos aumentados a voluntad, física y virtualmente, por ejemplo puede saborear delicias imposibles de reproducir en la naturaleza, y puede incluso mediar y reprimir sus sentimientos y pulsiones humanas cuando es necesario.
 


La narración


John C. Wright se salta a la torera la regla de oro de la narrativa no muestres, sugiere; pero por contrapartida lo que nos está mostrando es maravilla pura. Pero esto tiene un precio: quizás la principal crítica es que el ritmo de la novela se resiente a causa del excesivo tratamiento del worldbuilding. Esto es algo que, si bien uno se queda maravillado página tras página, te encuentras ante un libro que no es una lectura fluida. Ésta es una lección que Rajaniemi ha aplicado en El Ladrón Cuántico


Además esta sobreabundancia de datos produce confusión, en cuanto al ritmo narrativo y también en algunos momentos sobre la situación real de nuestro protagonista: uno duda si está, por decirlo así, de cuerpo presente, mediante telepresencia o sólo de forma virtual. Sobre el desarrollo del tiempo en la trama, creo que la mayoría de la acción sucede en unas horas, o unos pocos días a lo sumo. Igual que antes esto es bueno y malo a la vez: por una parte te produce una sensación de vértigo muy conveniente con la visión futurista que se desea mostrar y por otra como lector te deja descolocado.


Sin embargo, a parte de estos detalles, se puede decir que la trama en The Golden Age no deja de estar bien estructurada. Además de las continuas maravillas que nos va mostrando (junto con algún que otro deux ex machina), Wright sabe producir giros que mantienen el interés. En algún momento el universo que nos muestra da lugar a situaciones hilarantes. Por ejemplo, cuando nuestro protagonista tiene un encuentro con el ser neptuniano, y se pasan unas cuantas páginas describiendo como, para desesperación de Faetón, se tantean el uno al otro intentando establecer un marco común de comunicación.


- ¿Puedes ser más conciso? (…)

- Muy bien. Mi cliente dice: Yo (envía, como apéndice, un tratado sobre el significado de la palabra yo, y un compendio bibliográfico sobre sus experiencias vitales y sus cambios en la percepción del yo, con el objeto de definir este término ante ti) te (postula una pregunta subjuntiva solicitando que, si no fueras el individuo que él considera que eres, todo esto se deposite en una cadena de memoria secundaria y se considere como una operación no real similar a una pseudoamnesia; también requiere una confirmación sellada y autenticada en su memorando registrado, documentando que tú iniciaste el contacto sin su requerimiento) saludo (también ofrece comentarios laterales sobre la historia y naturaleza de los saludos, las implicaciones de aquello que significa en este contexto, incluidas las implicaciones legales de infringir la prohibición que le impide establecer contacto contigo).


Como ya he comentado antes Faetón es un personaje noble que deberá hacer elecciones muy difíciles, conflictos que enfrentarán su honor con la lealtad hacia quienes le rodean e incluso al precio de trágicas consecuencias para sus seres más queridos. Es decir un planteamiento en toda regla de tragedia al estilo de la Grecia clásica, que incluso posee connotaciones edípicas. Por que de eso va novela, imita la cúspide del arte y la civilización, como la Grecia clásica o la época victoriana, de una sociedad inmensamente rica donde impera el refinamiento y el (buen) gusto, pero también la ostentación y la extravagancia. Esta influencia de lo clásico también se refleja en los nombres de los personajes.


Supongo que por deformación profesional del autor en alguna que otra ocasión la novela también recuerda una trama de abogados (por cierto los abogados son un signo claro de civilización, y de decadencia también). Si queréis ver qué pasa cuando uno puede permitirse requerir a Monomarchos, una de las más poderosas sofotecs, para que actúe como su abogado aunque sea por un breve espacio de tiempo:


- Faetón, quizá no seas consciente de que ya has gastado las diez mil horas de tiempo informático que pagaste en mi cuenta. El interés acumulado en la cuenta temporal ha producido otros cuarenta y cinco segundos de tiempo mental, el cual estoy obligado a dedicar a tus asuntos; después quedaré en libertad y no aceptaré más contratos tuyos. Ya he deducido un método para permitirte prevalecer, pero usaré otro método, y alcanzaré otro resultado, según desees tan sólo prevalecer en este caso, o alcanzar aquellas metas que la versión más vieja de ti, la versión que olvidas, la versión que me fabricó, prefería. Escoge. Te quedan treinta segundos.


Una rápida deliberación y por supuesto Monomarchos... gana. Me gustaría haber mostrado alguna cita más pero como podéis ver su extensión -y la de esta misma reseña- me lo impide.


El estilo de Wright es correcto. Tiende a la floritura y a las descripciones barrocas, en consonancia con la sociedad que nos quiere mostrar. Los diálogos están bien hechos: corteses, educados, con fórmulas arcaicas, propios de la élite sofisticada en la que se mueve Faetón.


Ya hemos comentado que la novela está enfocada en torno al punto de vista de Faetón (narrador omnipotente en tercera persona, centrada en el protagonista). Este hecho, de que el único personaje sea el propio Faetón y que por lo tanto nos muestra su punto de vista subjetivo, el autor evita caer en el trampa del solipsismo, el manido puede que todo esté pasando dentro de mi cabeza. Aunque llega el momento en que el autor nos lleva a otro tema también muy tratado, que supongo que de obligada mención en un momento u otro de la novela: el significado de ser humano. Al respecto yo diría que todos los personajes de esta novela lo son (exceptuando las sofotecs), considerando todas las variantes, al fin y al cabo los mueven las mismas pulsiones que a nosotros. Lo que está claro es que en la novela no hay ningún homo sapiens.


Un poco más de pretensiones filosóficas y quizás estaríamos hablando de una obra de culto. O puede que no. Es de agradecer que el autor no se entretenga en disgresiones de este tipo, por que aun se resentiría más el ritmo de la novela. El trasfondo filosófico es inherente, por supuesto, como veremos en el próximo apartado, pero en este caso el autor lo supedita totalmente a la trama y deja que sea el lector quien decida si quiere reflexionar sobre ello.


Influencias, influencias...


Se ha dicho que la novela posee influencias de la ciencia ficción clásica, es decir de La edad de oro de la ciencia ficción. No lo discuto, sobretodo en el componente de space opera, actualizado a la corriente actual, es decir a lo que se ha llamado new space opera. También es innegable que pertenece a la ciencia ficción social o especulativa, es decir que trata de cómo la tecnología afecta a la sociedad humana. La apuesta de Wright es fuerte en este sentido.


En realidad yo creo que es mucho más que eso. La fórmula de Wright es que saca sinergias importantes construidas, si se me permite la paráfrasis, sobre hombros de gigantes. En pocas palabras, nos ofrece una mezcla muy equilibrada de todo lo que se ha tratado en anticipación informática durante las dos décadas anteriores, desde Neuromante y el ciberpunk hasta principios de siglo. Podemos ver temas tratados por William Gibson, Bruce Sterling, Greg Egan, Robert Sawyer, Greg Bear, Dan Simmons, Vernon Vinge y me dejo unos cuantos...


Al respecto, debo comentar que Luis García Prado, el editor de la novela en nuestro país, destaca la novela Cismatrix de Bruce Sterling (que no he leído) como una influencia directa a esta obra. A la pila pues.


En el trasfondo filosófico vemos muchos de los postulados de la corriente transhumanista. La edad de oro supura transhumanismo por todas partes, desde sus postulados sobre la superación de las limitaciones humanas, sus debates (sobre la identidad, genética, etc.) e incluso los argumentos de sus detractores (por ejemplo los ciudadanos que reniegan de su inmortalidad).


En resumen, sin descubrir nada nuevo Wright nos proporciona un enfoque novedoso, comprensivo. El mérito es ofrecerlo en una combinación única, coherente y sobretodo, que nos hace evocar un gran sentido de la maravilla. Una mezcla de muchos elementos de trabajos anteriores, junto con un trasfondo transhumanista, todo esto agitado y fijado con la argamasa de su propia imaginación. Un ejemplo perfecto de novela que no puede escribirse sin el rico acervo que proporciona la ciencia ficción desde sus inicios hasta nuestros días.


En su momento, coincidiendo con el inicio del nuevo siglo, se dijo que parecía una cúspide del género. Por un tiempo, claro. Por descontado no íbamos a creer esa tontería de la muerte de la ciencia ficción. Digamos que es un punto y seguido, a lo sumo un punto y a parte. Nos esperan nuevas maravillas, nuevos temas y nuevas iteraciones (ahí está El ladrón cuántico). Nuevos mundos por crear, nuevas aportaciones a partir de nuevos descubrimientos científicos...




El legado: controversia


Me ha sorprendido que en algunas listas anglosajonas de renombre no se mencione esta novela. Quizás sólo sea una opinión personal pero creo que se ha ganado un papel en la historia del género. Podría tratarse de una simple cuestión de gustos o bien por algunas controversias en las que se ha visto envuelto el autor, que también es todo un personaje, por opiniones manifestadas en su blog


Hasta hace unos años John C. Wright se definía a si mismo como un ateo racional. Sin embargo, una experiencia vital cambió radicalmente su forma de ver la religión hasta el punto que hace poco se ha convertido al Catolicismo (si tenéis curiosidad, podéis leer esto). Hasta aquí todo correcto. El caso es que sus creencias le han llevado a mantener algunas polémicas dentro del fandom en las que ha sido acusado de homófobo. Me da la impresión -por los comentarios vistos en la red- que esto le pasa factura (recordemos que hace poco Orson Scott Card se ha visto envuelto en una polémica parecida con el resultado del llamamiento a un boicot a la película de El juego de Ender). En fin, una lástima.



Valoración


En espera de las sorpresas que pueda reparar la lectura del resto de la trilogía, a los amigos que ya la hayáis leído y que por tanto jugáis con ventaja: espero no haber metido la pata. De momento quedan en la pila pendientes. Me gustará leerlas, y a pesar de que La edad de oro termina en lo que se conoce como un cliffhanger, de momento prefiero cambiar de registro, dedicarme a otras lecturas y a nuevos autores...


Si esta novela sobrevive la criba del tiempo puede convertirse en un gran clásico, pero también puede pasar que dentro de 20 o 30 años, cuando todas estas nuevas tecnologías ya no lo sean tanto, su planteamiento esté superado. Entonces, con suerte será valorada como una buena obra retrofuturista. Por otra parte, quienes valoren esta novela desde el aspecto literario les merecerá poca consideración, mi valoración está más orientada hacia el aspecto cienciaficcional. En este sentido le doy un 9.


En fin, no sé si esta entrada ha cumplido su objetivo de mostrar la novela y aportar algunas cosas que no se habían dicho antes. Agradeceré vuestros comentarios, críticos o no al respecto.



Próxima reseña: Dark Eden de Chris Beckett.





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